Editorial

[Editorial]

Osvaldo Reyes1

1. Editor en Jefe.

Published: 2021-01-12

Abstract

Hace un año el mundo escuchó por primera vez de una enfermedad viral que empezaba su proceso de diseminación,sin saber que en pocos meses tendría al mundo de rodillas, luchando contra una enfermedad para la cual no estábamospreparados. La pandemia, que con las primeras vacunaciones en algunos países y las potenciales vacunas en estudioen otras latitudes parece empezar el sendero del fin, nos ha dejado muchas lecciones. Sin embargo, una de las principalesposiblemente será la primera que abandonaremos cuando el mundo regrese a la normalidad a la que estábamosacostumbrados antes de diciembre del 2019.La investigación científica fue criticada y atacada desde múltiples ángulos por personas que no tienen la experticia ni elconocimiento para elevar su voz en relación a tópicos tan complejos como pruebas diagnósticas o tratamientos noveles.El deseo de tener una solución mágica que cure al afectado sin un solo evento adverso, la necesidad de tener una pruebaque permitiera saber quién estaba infectado en cuestión de segundos y los intereses políticos y personales de algunosindividuos que aprovecharon la situación actual para mover sus propias agendas crearon una amalgama volátil quedejará una estela impredecible de suspicacia, recelos y desconfianza en la profesión científica por años. Por meses losvimos discutir y argüir desde plataformas muy públicas sus posiciones, usando artículos de dudosa calidad como armasy datos presentados de la manera que mejor les convenía (ejemplos clásicos de recolectas de cerezas) para sembrar laduda y defender sus opiniones. Sus voces, gritos que rayaban en arengas de guerra, se resistían a aceptar la evidenciadisponible. Investigadores de reconocido prestigio se ofrecieron a hacerles frente, sin éxito alguno.Ha pasado un año de esta lucha campal y, ¿dónde estamos? Donde empezamos. Sin tener un medicamento que sirvapara prevenir o tratar y a la espera de la llegada de la vacuna que nos permitirá quitarnos las mascarillas y respirar el airepuro que nos rodea, sin temor a que el mismo esté saturado de partículas virales.Esperemos que ese día llegue pronto y que, en el crepúsculo de esta pandemia, algún atisbo de sentido común nos permitaver el mundo que nos tocó vivir en su justa medida. Tal vez entonces podamos ver la extensión de nuestros erroresy generar los cambios necesarios para que no vuelvan a ocurrir.


Abstract

A year ago the world heard for the first time of a viral disease that was beginning its spreading process, without knowing that in a few months it would have the world on its knees, fighting against a disease for which we were not prepared. The pandemic, which with the first vaccinations in some countries and the potential vaccines under study in other latitudes seems to begin the path of the end, has taught us many lessons. However, one of the main ones will possibly be the first one we will abandon when the world returns to the normality we were used to before December 2019. Scientific research was criticized and attacked from multiple angles by people who do not have the expertise or knowledge to elevate your voice in relation to topics as complex as diagnostic tests or novel treatments The desire to have a magic solution that cures the affected person without a single adverse event, the need to have a test that allows knowing who was infected in a matter of seconds and the interests Politics and personalities of some individuals who took advantage of the current situation to move their own agendas created a volatile amalgam that will leave an unpredictable trail of suspicion, mistrust and mistrust in the scientific profession for years. For months we have seen them discuss and argue their positions from very public platforms, using items of dubious quality as weapons and data presented in the way that best suits them (classic examples of cherry picking) to sow doubt and defend their opinions. Their voices, shouts that bordered on harangues of war, were reluctant to accept the available evidence. Researchers of recognized prestige volunteered to face them, without any success. A year has passed since this pitched struggle and where are we? Where do we start? Without having a medicine that serves to prevent or treat and waiting for the arrival of the vaccine that will allow us to remove our masks and breathe the pure air that surrounds us, without fear that it will be saturated with viral particles. We hope that day will come soon and that, at the twilight of this pandemic, some glimmer of common sense allows us to see the world that we had to live in its proper measure. Perhaps then we can see the extent of our errors and generate the necessary changes so that they do not happen again.

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